viernes, 27 de febrero de 2015

El otro pie de la sirena

Al despertar ‘lo primero que hacía era escupir polvaredas, hierbajos y espinos. Llevaba pegados a los labios los deshechos de todo el planeta’. Con el pie torcido de la pierna torcida y raquítica, con el hueso seco, Paulina hacía un pequeño hoyo en la tierra y los cubría. Se limpiaba la boca agria con el envés de la mano. El patio poco a poco se había convertido en un vergel de cactus y crasas del mundo. Sin lluvia. Por los muros trepaban y crecían, persistentes, alambradas con cuchillas. Sin viento.

Con un poco de agua en una palangana desconchada, se lavaba la cara y el cuello. Detrás de las orejas, las axilas. Poca agua para un cuerpo sediento, para una pierna a rastras. En el pasillo, las fotografías de los ausentes apenas lloraban lo suficiente para mojar unos labios. Poco a poco, habían ido apagándose las velas, borrándose los caminos de la memoria que los traían de vuelta a la emoción.

Los perros esperan en la puerta abierta. Si acaso saludan, lo hacen sin sonidos. Con pan duro.

Frente al espejo enmohecido de puntos, se anuda un pañuelo a la cabeza, la falda a la cintura. Los pechos empiezan a caérsele a este lado de la imagen que no cabe en el reflejo. Coge el bulto de cachivaches de alambre retorcido, y con el mismo paso, lleno de barricadas, se encamina al mercado donde los vende como fetiches contra las tormentas de miedo. Para enterrarlos delante de las casas.

Se descalza las alpargatas.

- ¿De qué están hechos, Paulina?
- Escupí restos de un naufragio.
- El mar está muy lejos, Paulina. Aquí no llegan los barcos.
- Yo solo conozco el mar del cielo.
- Y cómo es que nadas en él encontrando hundimientos para tragártelos con esa pierna tuya tullida.
- Solo tengo que pensarlos con los ojos abiertos.

Paulina se pone el almuerzo en el regazo, la pierna lisiada a un lado. Se lleva un bocado a la boca. Durante la mañana ha ido recogiendo las espinas y la bilis de los que van pasando para luego comerlas. La leche cortada de las madres. El cansancio. Los amasa. Los mastica despacio para volver a crecer su jardín de plantas y alambreras contra los temores al día siguiente. De noche su cuerpo es un lavadero de miserias.

El trabajo interminable. Los dedos de los pies en la tierra. Las zapatillas bailando en las olas desatadas del pueblo.

De vuelta agranda como todos los días, imperceptible, con el pie malo, el camino que bordea el precipicio del desierto del mundo. Para que no se la trague. Se para quieta en el filo, apoyada con firmeza en la pierna buena. La que solo anda. Con vértigo en el pecho. Aspira el aire. Vuela el espacio de las mujeres sirena.

- ¿De qué están hechos, Paulina?
- Se cayó otra estrella.
          
                                               

Como en el libro: se cayó una estrella.