Mi maleta empezó en una casa con el suelo pintado de rojo
carruaje que yo barría y fregaba a diario y que mi madre pintaba una vez al
año. En la que había cuartos sin puertas y con cortinas.
Cierro los
ojos y puedo sentir el tacto de la cortina del cuarto de la calle, la de los
gatos. También teníamos una cámara de los gatos. No me hace falta cerrarlos para ver el estampado de la tela, con flores
simétricas amarillas. Aquello no eran flores. Eran círculos. A mí no me
gustaban las cortinas con círculos, ni lo que había detrás. Ni como olía detrás. Más profundo y oscuro que su propio espacio. Con gatos callejeros que me miraban a los ojos.
A mí me daban miedo los gatos. Y luego me dieron miedo los
pájaros muertos que mi padre había cazado con las costillas y que mi hermano
sacaba de su talego y que para hacerme rabiar me echaba a la cara. Yo corría aterrada por la casa. Invisible. Muda.
Mi madre me enviaba al final del corral a desplumar a los
pájaros muertos. Yo no quería hacerlo pero eso no importaba. Aún siento en
los dedos el sonido de las plumas arrancadas. Como se estira la piel del
pájaro. Porque bajo las plumas hay piel.
Me sentaba en una silla con un delantal a la cintura,
mientras que las plumas volaban y se me metían en la boca y se me quedaban
pegadas en los dedos. Las plumas arrancadas de la piel muerta.
Cuando salía el sol también me encargaba de coger las alúas
que eran el cebo de las costillas de los pájaros. 'Hoy tu padre ha traído un
zorzal'. Las metíamos en un frasco de cristal que tenía la tapa agujereada para
que las alúas pudieran respirar.
Luego prohibieron poner costillas. Estaba prohibido y la
guardia civil que vestía de verde guardiacivil, tan rojo como el rojo carruaje
del suelo, perseguía a los jornaleros y les registraba los bolsos de la comida.
Era muy peligroso. Cenar pajaritos con ajos fritos, comer, se había vuelto
clandestino. Al menos mi hermano no me perseguiría con un pájaro muerto en la mano. 'Uh, uh, … un pájaro muerto'. Y me rozaba la cara con las plumas del pájaro que
ya no podía sostener la cabeza, que le caía a un lado y a otro del cuello roto.
La cabeza colgante con ojos y pico, con plumas, en la cara. Las patas en la
cara. Porque a los pájaros se les rompía el cuello con las costillas. Y la
cabeza se les quedaba colgando.
Mi maleta empezó en mi casa.
Caracol, col, col, saca los cuernos al sol. Cuando deje de llover.
A cuestas.
(Cuando deje de llover es el título de una obra escrita por Andrew Bovell).