martes, 1 de septiembre de 2015

Cuando deje de llover

Mi maleta empezó en una casa con el suelo pintado de rojo carruaje que yo barría y fregaba a diario y que mi madre pintaba una vez al año. En la que había cuartos sin puertas y con cortinas. 

Cierro los ojos y puedo sentir el tacto de la cortina del cuarto de la calle, la de los gatos. También teníamos una cámara de los gatos. No me hace falta cerrarlos para ver el estampado de la tela, con flores simétricas amarillas. Aquello no eran flores. Eran círculos. A mí no me gustaban las cortinas con círculos, ni lo que había detrás. Ni como olía detrás. Más profundo y oscuro que su propio espacio. Con gatos callejeros que me miraban a los ojos.

A mí me daban miedo los gatos. Y luego me dieron miedo los pájaros muertos que mi padre había cazado con las costillas y que mi hermano sacaba de su talego y que para hacerme rabiar me echaba a la cara. Yo corría aterrada por la casa. Invisible. Muda.

Mi madre me enviaba al final del corral a desplumar a los pájaros muertos. Yo no quería hacerlo pero eso no importaba. Aún siento en los dedos el sonido de las plumas arrancadas. Como se estira la piel del pájaro. Porque bajo las plumas hay piel.

Me sentaba en una silla con un delantal a la cintura, mientras que las plumas volaban y se me metían en la boca y se me quedaban pegadas en los dedos. Las plumas arrancadas de la piel muerta.

Cuando salía el sol también me encargaba de coger las alúas que eran el cebo de las costillas de los pájaros. 'Hoy tu padre ha traído un zorzal'. Las metíamos en un frasco de cristal que tenía la tapa agujereada para que las alúas pudieran respirar.

Luego prohibieron poner costillas. Estaba prohibido y la guardia civil que vestía de verde guardiacivil, tan rojo como el rojo carruaje del suelo, perseguía a los jornaleros y les registraba los bolsos de la comida. Era muy peligroso. Cenar pajaritos con ajos fritos, comer, se había vuelto clandestino. Al menos mi hermano no me perseguiría con un pájaro muerto en la mano. 'Uh, uh, … un pájaro muerto'. Y me rozaba la cara con las plumas del pájaro que ya no podía sostener la cabeza, que le caía a un lado y a otro del cuello roto. La cabeza colgante con ojos y pico, con plumas, en la cara. Las patas en la cara. Porque a los pájaros se les rompía el cuello con las costillas. Y la cabeza se les quedaba colgando.

Mi maleta empezó en mi casa.

Caracol, col, col, saca los cuernos al sol. Cuando deje de llover. 

A cuestas.



(Cuando deje de llover es el título de una obra escrita por Andrew Bovell).