domingo, 12 de marzo de 2017

El cuaderno dorado

Domingo tarde. Leo ‘El cuaderno dorado’ de Doris Lessing.

Leerla me cura por dentro. Me serena.

Doris Lessing es de color amarillo.

Quiero reescribir uno de mis posts anteriores, ‘El otro pie de la sirena’. Pero dentro del agua, alegre. Un pie de madera que se vuelva pez. Que no tenga taras. Encontrar los colores de pintar.

Hoy estuve a punto de comprar un geranio. Solo a punto. Si lo compro no sabré sostener su belleza quieta en la casa con techo. Con las manos abiertas de quien no puede hacer nada. Esperaría a que le saliera la primera flor y me lo comería llena de hambre. A dos manos. Hasta escupir la raíz. La boca de tierra.

Es domingo, Doris Lessing es de color amarillo, el pie de madera de la sirena en el agua es un pez y los geranios abren patios.

Arrastro la mano por la pared blanca del de mi casa. Como si tocara letras de nombres.

Leo a Doris Lessing porque me sana por dentro. Me gusta tocar las piedras.

Intento imaginarme a Paulina, la protagonista de 'el otro pie', sentada a la orilla de un riachuelo que salta su agua entre las piedras. Una sirena de carne y hueso, con la falda abierta y remangada y los pies más descalzos. El bueno quieto apoyado en el lecho, el de madera alegre, moviéndose inquieto. Lleno de escamas verdes. Escurridizo. Incapaz de dibujar precipicios. Intento imaginarme la selva, su piel negra, los dibujos de su ropa. Pero se me escapan. No lo consigo. El hatillo lleno de los alambres que le salen por la boca está anudado a un lado. Pero ahora no importan. Aunque se retuerzan.

Paulina echa el cuerpo hacia atrás en la orilla. Sin sacar los pies del agua. Siente su espalda tumbada, el descanso en la nuca. Le suenan las tripas. Escucha sus tripas. Siente el cerebro enfriándose con la tierra, el pie este izquierdo que se le escapa, da igual en la tierra que en el agua. Como si no fuera suyo.

Intento imaginármela riendo en el río pero está demasiado cansada. Le dibujo el deseo trepándole los muslos, pero incluso así, Paulina se duerme. Como si hasta ahora solo pudiera ser piernas, una coja, sin resto de forma en el cuerpo. De no dormir. Demasiado cansada de andar enterrando estrellas caídas todas las noches. De andar vendiendo fetiches en el mercado todos los días. La dejo estar. Cierro yo también los ojos y a tientas vuelvo a su casa con el patio gris.

Lo encalo. El geranio que no quise comprarme esta mañana ha florecido en mitad. Han desaparecido los arriates de espinos. Como un Guernica sin Guernica, solo con flor.

Volvéis. Nos sentamos en el rebate de la entrada de la casa. Los perros son perras y mueven el rabo. Como si no estuvieran hechas de pan duro. Me siento feliz. Paulina, Doris Lessing y yo. Leales entre nosotras. En silencio. Mirando al frente. Nos hacemos color. Violeta. Amarilla.

Yo soy marrón. Como una lluvia de barro. Sonrío, me siento acompañada, les doy la mano.

Es domingo por la tarde y leo ‘El cuaderno dorado’ de Doris Leasing de las mujeres libres que se sientan en rebates para mirar al frente si les da la gana. La ropa tendida. Me suenan las tripas de sirena de Paulina dentro. En un concierto glorioso de chasquidos de leona sin cojera. Busco mis manos, mis ojos.

Es domingo por la tarde. Intento escribir pero solo consigo quedarme en la superficie. Caótica. Enredada. A manotazos. Quizá simplemente sea que no pueda escribir desde donde no estoy.


domingo, 5 de marzo de 2017

Besos en el pelo

Es domingo por la tarde y ‘techo’ en falta. He salido de casa intentando escapar de la tarde a plomo. Quiero escribir pero me siento incapaz de hacerlo en el ordenador. Pienso en si acaso pudiera hacerlo en este cuaderno y luego transcribirlo sin más.

En el cuaderno escribo sin profundidad. No buceo. Solo nado en la superficie. Describo a las personas que veo. Lo cotidiano. Como si me hubiera quedado sin lenguaje.

Me siento los huesos de las piernas. A todo lo largo. Hoy salí a correr. Como apenas lo hago, solo los domingos y no todos, mi cuerpo protesta. Cuando llego me acurruco sudada en el sofá. Inconfesable.

Esta mañana cuando salía, un chico paseaba a su perro en pantalón de pijama. Pijama, barba hípster y bulldog francés. Es domingo. Yo ahora tengo gato y no lo saco. Ni con pijama ni sin pijama. Lo llamo ‘el niño', pero desde que hace unos días releí el ‘¿Por qué miramos a los animales?’ de Berger, me siento culpable de hacerlo. Furtiva. Ladrona de su alma animal de gato. Egoísta.

He elegido un título para esto que escribo: besos en el pelo. Pienso en los que la madre de la plaza del diamante daba a la hija y me siento incómoda. Siempre me parecieron tan cargados de amargura. Fuera esos besos.

Soy una surfista emocional. Lo hemos hablado hoy. Subo y bajo. Si estoy arriba, sufro esperando la caída. Si estoy abajo, sufro sumida en un abismo. Soy una surfista emocional sin la piel tostada. Sin viento. Siempre en la caída. Puta película de ‘El mismo amor, la misma lluvia’, llena de trampillas que se abren y cierran. Fuera la película.

Soy una surfista emocional. Demasiado enamorada.

Me besas el vientre. Invoco al vientre como una luna. Sin necesidad de parirse.

Besos en el pelo. Demasiado enamorada de ti.

Vamos por la calle. Enredamos los dedos. Me abrazas mientras seguimos andando. Hombro con hombro. Me besas el pelo.

El pelo me cae largo y el beso lo recorre. Como si fuera un río. Me aprietas hacia tu cuerpo. Como si pudieras besarme entera con un solo beso de labios.

La plaza del diamante. La madre que va y viene. Yo que subo y bajo. Como un pez que ha picado el anzuelo. Del pecho. Recorro el hilo.

Desde ayer una piedra de cuarzo, rota y anillada en alambre cuelga en el techo de otro hilo. Si entro la veo. Si salgo la veo. Sobre el descansadero. Como un pájaro.

Besos en el pelo. Creo que no quiero vivir más sin tus besos en el pelo.

Remuevo el descafeinado frío. Tengo ganas de sur. De mar.

Escribo en el cuaderno de las cosas bellas: los sonetos de amor.


'Donde pongo la vida pongo el fuego

de mi pasión volcada y sin salida'.