domingo, 24 de mayo de 2020

Eslabones

Leo Eslabones de Nuruddin Farah. El primero de la trilogía del que ya leí el tercero. No importa, sino al contrario. Hay pasados que son más grandes que nosotros, imposibles de dimensionar. Que necesitan ser contados y leídos. En realidad, no sabíamos nada. Llenos de buitres. 


Tic-tac-tic-tac

La casa está llena de relojes que miden los tiempos: los lentos, los que van demasiado rápido, los que dan igual dos días antes o después. No quiero tener una colección de relojes que no nazcan de la tierra.

Estoy cansada en un giro que aburre a todos los que ya saben que siempre estoy cansada. Pero que mi cuerpo soporta creyendo que ya no puede más. Los ojos demasiado secos.


Día-noche-día-noche

En la casa hay solo dos espejos de medio cuerpo, que devuelven imágenes distintas según sea de día o de noche. A la del día le cabe aún un espacio de compasión. Diminuto. En una esquina. La de la noche es grotesca. Devuelve un amasijo de carne que se espanta a sí mismo. Como si surgiera de un grabado negro y sordo.

El mundo de Alicia se ha vuelto loco atrapado en sí mismo. Sin poder ver su tamaño real.


Un eslabón-otro eslabón-un eslabón- … conforman una cadena.

Leo Eslabones de Nuruddin Farah. Página 62: ‘En ese trayecto, fue como si su vida se hallase en una entreplanta, entre el piso llamado “Tedio” y el piso llamado “Esperanza”.

En Madrid existe una estación de metro llamada Esperanza, en la que trabajaba de guardia de seguridad un caballero que yo imaginaba andante. Solo porque me llamaba hermosa.

Me duele el estómago porque tomé casi un litro de helado de chocolate. Terapia para que duela menos.

Los pájaros han invadido el cielo. Nos hemos quedado sin azul. Sus trinos son estridentes. Insoportables si se pudiera decir. Porque mis oídos han ido creciendo y creciendo sin control y sin alas. Anoche incluso me visitó una mosca. Zumbaba como un mosquito, pero en sordo de mosca. Insolente. Sin campo.

Me está costando dormirme. Una vuelta, otra vuelta. No consigo pintar puertas mágicas en las paredes, ni inventar un cuerpo en mi cama. Se me están olvidando los abrazos. La saliva. Oler.

Ya no tiro alambres de un tejado a otro para escalar equilibrios. Sin estatuas. Tengo calor. Pesada a plomo.


Fortunata-Jacinta-Fortunata-Jacinta

Fortunata sube continuamente los escalones de una casa en cuesta que hay en la parte alta de la calle Toledo, llegando ya a la plaza Mayor. Altos, gastados de antes. Los sube a dos, con los ojos muy abiertos. Como si no pudiera esperar más a llegar arriba y abrir la puerta. La he visto esta mañana cuando pasé por allí corriendo. Como si se le escapase la vida.

Solo los sube, nunca los baja. Bajarlos los baja Jacinta. Resignada, con sombrero a la moda y vestida de verde. A pesar de asomarse a finales del siglo XIX, la pancarta del ‘No pasarán’, ya ha pasado, y los caciques siguen voceando su libertad.


Una piedra-otra piedra-una piedra

‘Mátalo, mátalo’- gritaba Doña Perfecta. Era una ‘Crónica de una muerte anunciada’ pero sin Caribe. Llena de envidia. La gente de siempre cogida del pescuezo con la soga bien corta.

Las mismas manos de unos y de otros. Las mismas cuerdas. El mismo llanto de los girasoles y las giralunas.


Razón-locura-razón-locura

Ayer vi Entre la razón y la locura. Emocionada asistí a los diálogos de las palabras encadenadas y al dolor de vivir en lo que no existe.


Una ola-otra ola- y otra, … hacen un mar.

Tengo sed. Demasiado helado de chocolate. 

En julio vendrá el mar, pero antes llegará junio con todo lo esperado y todas sus incertidumbres. Quién sabe si Fortunata dejará de subir, si los espejos se romperán.

Las palabras son eslabones. Y peldaños para alcanzar lo imposible. Deseo-desear. Poner una escalera.


Los pies, mis pies, anticipan los archi-pie-lagos en la orilla.


(Levitando, Estela Cuadro)