El niño-gato rompió esta mañana el asa de la taza vacía del
café de hoy.
Tengo una colección viva de tazas sin asa que intento no
ponerle a las visitas.
Desayuno escuchando a Bob Dylan, cabeceando al ritmo de los
pies que descuentan las letras de las canciones. Me hablo para dentro y pienso
en el peso que se me amontona en los huesos y que me configura una frontera de
Babel propia. Me invade el ruido estridente del bulbo raquídeo en el cuello. Su desajuste
expandiéndose por la espalda. Por los hombros, por la columna hacia abajo, como
una maraña blanca, pegajosa. Sin azúcar ni color rosa de feria.
Desayuno tostadas con aceite y chocolate negro. Como todos
los días. Chocolate negro. Pelo mojado. Sonrío al amanecer que se cuela ya por
la ventana y me recreo en bailar sentada. En lo confortable de sentir los pies descalzos
dentro de los calcetines.
Ayer me enviaste una foto: ‘En el tren volviendo al sur’.
Voy a saltar al cielo de tu foto desde el tren. Como la
señora Vértigo.
‘¡Bienvenida al cielo, señora Vértigo! Parece que en el
salto se le ha caído el miedo. Acompáñeme’.
Me alargas la mano y yo te acerco la mía. Sonrío. No me
acuerdo de que eres un hombre-faro y que quizá aún no levantaste tus amarres
para convertirte en barco. No me acuerdo de que me paso el día tras la barra de
la taberna del puerto, poniendo copas a hombres-naufragio. Con las manos de
paño húmedo. Con los talones agrietados. No me acuerdo de nada porque esta
mañana estoy soñando y me he escapado del personaje del cuadro de Hopper.
En el tren volviendo al sur.
Giro. Giro. Giro.
Y en la orilla me encuentro al gaviero. '¿Gaviero de gaviota?' Podría ser. Y pienso en Alberti y en la espuma de las olas.
Giro. Giro. Giro.
Esta mañana tengo ganas de besar. De recrearme en la saliva. De tumbarme en la arena sintiendo en la espalda la superficie del
mundo.
'Buen día, bella'.
Me miro al espejo y con compasión destierro las cordilleras
de defectos. Con los brazos a los lados del cuerpo. El vientre redondo. Los muslos
aglomerados en frenada súbita. No salen los pies en el espejo pero yo
me los miro. Me miro el culo. Hola, desconocido. Me miro la
cara atravesada de orillas. El surco derecho que me recorre la mejilla. Una cárcava de vida abierta. Sí, creo que soy bella, gaviero.
Buen día, sur.
Acompáñeme al cielo.
Sonrío la maravillosa tontería de soñar con la que amanecí esta mañana. No necesito
puentes. Porque salto. No necesito trenes. Porque todas las estaciones son de
paso. De salto. De rayuela.
En el tren volviendo al sur.
Miro la fotografía del faro con luz de la pared. Sigue ahí. Es
de ladrillo. Con escaleras de subir y bajar. No es un hombre anclado. Que no son
gigantes, sino molinos.
En el tren volviendo al sur. Los hilos que corren a lo largo
de la vía.
Creo que emprendí el viaje de vuelta a Ítaca.
'¿Qué era esa otra cosa que no te podías permitir?' La desnudez.
Mientras reímos desnudos en la casa de los cuatro vientos. Rodeados de
arena y rosas
amarillas.
En el tren volviendo al sur. Sonrío el juego. Bailando
la música de Dylan. Cabeceando. Regustándome en el café de taza sin asa que
rompió el niño-gato que tiene dos orejas y rabo y araña sin telas en la espalda desde
el cuello a la cintura.
Giro. Giro. Giro.
Bienvenida, espuma. Bienvenida, emoción.