Tic-tac-tic-tac
La casa está llena de relojes que miden los tiempos: los
lentos, los que van demasiado rápido, los que dan igual dos días antes o
después. No quiero tener una colección de relojes que no nazcan de la tierra.
Estoy cansada en un giro que aburre a todos los que ya saben
que siempre estoy cansada. Pero que mi cuerpo soporta creyendo que ya no puede
más. Los ojos demasiado secos.
Día-noche-día-noche
En la casa hay solo dos espejos de medio cuerpo, que
devuelven imágenes distintas según sea de día o de noche. A la del día le cabe
aún un espacio de compasión. Diminuto. En una esquina. La de la noche es grotesca.
Devuelve un amasijo de carne que se espanta a sí mismo. Como si surgiera de un grabado negro y sordo.
El mundo de Alicia se ha vuelto loco atrapado en sí mismo. Sin poder ver
su tamaño real.
Un eslabón-otro eslabón-un eslabón- … conforman una cadena.
Leo Eslabones de Nuruddin Farah. Página 62: ‘En ese
trayecto, fue como si su vida se hallase en una entreplanta, entre el piso
llamado “Tedio” y el piso llamado “Esperanza”.
En Madrid existe una estación de metro llamada Esperanza, en
la que trabajaba de guardia de seguridad un caballero que yo imaginaba andante.
Solo porque me llamaba hermosa.
Me duele el estómago porque tomé casi un litro de helado de
chocolate. Terapia para que duela menos.
Los pájaros han invadido el cielo. Nos hemos quedado sin
azul. Sus trinos son estridentes. Insoportables si se pudiera decir. Porque mis
oídos han ido creciendo y creciendo sin control y sin alas. Anoche incluso me
visitó una mosca. Zumbaba como un mosquito, pero en sordo de mosca. Insolente. Sin
campo.
Me está costando dormirme. Una vuelta, otra vuelta. No consigo pintar puertas mágicas en las paredes, ni inventar un cuerpo
en mi cama. Se me están olvidando los abrazos. La saliva. Oler.
Ya no tiro alambres de un tejado a otro para escalar equilibrios. Sin estatuas. Tengo calor. Pesada a plomo.
Fortunata-Jacinta-Fortunata-Jacinta
Fortunata sube continuamente los escalones de una casa en
cuesta que hay en la parte alta de la calle Toledo, llegando ya a la plaza
Mayor. Altos, gastados de antes. Los sube a dos, con los ojos muy abiertos. Como
si no pudiera esperar más a llegar arriba y abrir la puerta. La he visto esta
mañana cuando pasé por allí corriendo. Como si se le escapase la vida.
Solo los sube, nunca los baja. Bajarlos los baja Jacinta. Resignada,
con sombrero a la moda y vestida de verde. A pesar de asomarse a finales del
siglo XIX, la pancarta del ‘No pasarán’, ya ha pasado, y los caciques siguen voceando
su libertad.
Una piedra-otra piedra-una piedra
‘Mátalo, mátalo’- gritaba Doña Perfecta. Era una ‘Crónica de
una muerte anunciada’ pero sin Caribe. Llena de envidia. La gente de siempre cogida del
pescuezo con la soga bien corta.
Las mismas manos de unos y de otros. Las mismas cuerdas. El mismo llanto de los girasoles y las giralunas.
Razón-locura-razón-locura
Ayer vi Entre la razón y la locura. Emocionada asistí a los
diálogos de las palabras encadenadas y al dolor de vivir en lo que no existe.
Una ola-otra ola- y otra, … hacen un mar.
Tengo sed. Demasiado helado de chocolate.
En julio vendrá el mar, pero antes llegará junio con todo lo esperado y todas sus incertidumbres. Quién sabe si Fortunata dejará de subir, si los espejos se romperán.
Las palabras son eslabones. Y peldaños para alcanzar lo imposible. Deseo-desear. Poner una escalera.