lunes, 26 de mayo de 2014

Ciudad de Dios

Mientras la televisión ocupa el salón de la casa con un partido de fútbol, yo me retiro a la habitación. El fútbol, de una manera u otra, siempre me trae a Buscapé, el superviviente de Ciudad de Dios, el niño que soñó con escapar de su ciudad de pasos rápidos, haciéndose fotógrafo. Me repito en salmodia: ‘en Ciudad de Dios se juega al fútbol’.

Huyendo de mis propias victorias o derrotas, no consigo leer. Alcanzo un libro de pintura, ’69 historias de deseo’, que me sumerge en el silencio aunque detrás de la ventana abierta, la calle siga rugiendo goles. Como si los sueños aunque sean propios, siempre se cumpliesen en otros. Repaso en un gesto ralentizado por el hambre, el museo pintado del imaginario erótico masculino, sin un hueco para la pobre caricia, para el simple beso.

Me observo sentada en la cama. Dios levanta ciudades para luego olvidarse de ellas. Cierro el libro y espero sin prisa a que Buscapé vuelva a rescatarme del sonido de las balas. Incluso de las que matan. Alargando el silencio de dentro. En un cuadro no pintado. Donde no me lavan el pelo con agua que escurre.

Acaba el partido pero los coches y la cerveza siguen gritando. Hasta que amanece y me levanto del tiempo del soñar con los gestos alargados como sombras. Encender la máquina del café, poner la radio, mirarme la cara en el espejo por si acaso me he equivocado de mí. Los brazos interminables. A veces ocurre: extravío los huesos.

Me ducho, lavo la ropa y la tiendo sobre los alambres que delimitan la calle realidad. Es domingo. Hoy mi cima será ir al rastro. Desde donde yo puedo llegar.

Me cuelo en la periferia de los puestos de antigüedades y me convierto en ojos de cajas de lata, de ventanas y mesas de cocina antiguas. Paseo entre las cucharas y los platillos de porcelana como si fuera de aire. Me gusta la figura de barro de una mujer que lee pero que no compro. Me da vergüenza preguntar el precio de las cosas. Hago fotografías mentales de los vendedores  y vendedoras de empeños detrás de cada uno de los tenderetes extendidos por los años. Tomo conciencia del mutismo de las afueras abarrotadas. Siempre el silencio. Miro alrededor. Tengo necesidad de sentarme: me conmueve estar rodeada de personas ciertas, de sus historias vivas, de su dignidad expuesta. De nuevo invitada a pasar las hojas de un libro hondo, donde no hay prisa.

Busco a tientas las paredes de un camino y me cuelo en una tienda de dulces. El dueño me regala una chebakia. La como para no desaparecerme. Con una sonrisa agradecida le compro pan. Preparada para subir la próxima montaña. Sin saber cuando llegaré.

A la salida te busco de nuevo. Cualquier día vendrás conmigo, Buscapé. Traerás tu cámara infinita. Como dice la samba que ya apenas bailas: que la vida no es sólo eso que se ve / es un poco más que los ojos no alcanzan a percibir.


martes, 13 de mayo de 2014

NEDA




Escucho ‘Neda’. La escucho sin imágenes. Me eriza la piel. Me cierra los ojos. Recurrente. Los conecta con la garganta, y la garganta con el pecho, y el pecho con el vientre. Giro y giro sin parar con los ojos cerrados, intentando encontrarme.

¿Cómo te llamas? Me llamo Neda, que significa voz. Voz.

Y mi voz nace del vientre.

Voz, María, voz. Deja de flotar tranquila en el pozo de dentro. No te recrees en las paredes ni en las barandas verdes que conforman tus costillas.

Voz, María, voz. Sal a la calle, descansando los ojos que buscan ventanas. Trepa, María. Trepa hasta la boca. Vístete hermosa con el vestido nuevo. Búscate una tapia con sombra y apóyate en ella conformando un cuadro pintado. Siéntate debajo de un árbol. Sonríe mareas.

Voz, María, voz. Compra cajas para guardar tus cosas. Tu ropa, tus libros, tus piedras pintadas, tu árbol de los deseos, tu mujer al viento, tu bailarina dorada.

Voz, María, voz. Siéntate en las cajas cerradas. Disfruta de la cima de esta montaña. Recuerda que eres alpinista de sueños. Riega las plantas.

Voz, María, voz. Píntate el cuerpo con un encaje de henna. Pasea por la casa desnuda. Desnuda, María, sin miedo al cuerpo vivido.

Voz, María, voz. Levántate y anda con tus dos manos y tus dos rodillas magulladas. Olvídate del arpa olvidada en el ángulo oscuro.

Voz, María, voz. Para seguir escuchando. Para seguir siendo consciente de ti. Con todas tus miserias y todas tus grandezas. Para no olvidarte.

Voz, María, voz. Cuando puedas, deja de flotar en tu pozo adornado de nenúfares, de cortinas doradas. Deja de flotar y mira hasta que consigas alejarte del espejismo de los muros de las ciudades invisibles. Trepa el verde, Neda. La luna en tu ventana.

Grita, María, grita. Grita, María, grita tus desiertos. Grita tu nombre. Corre, hasta que cada célula vuelva a respirar.

Vomita el agua, María. Sin vergüenza de hacerlo. Para no ahogarte. Para que nazcan ríos en África.

Voz, María, voz. Hasta que sea otra vez azul. Muy azul.

No te mueras, Neda. Resiste. No te venzas. No encuentres tu lugar en un mundo pequeño.