Al
despertar ‘lo primero que hacía era escupir polvaredas, hierbajos y espinos. Llevaba pegados a los labios los deshechos de todo el planeta’. Con el pie torcido
de la pierna torcida y raquítica, con el hueso seco, Paulina hacía un pequeño
hoyo en la tierra y los cubría. Se limpiaba la boca agria con el envés de la
mano. El patio poco a poco se había convertido en un vergel de cactus y crasas
del mundo. Sin lluvia. Por los muros trepaban y crecían, persistentes, alambradas
con cuchillas. Sin viento.
Con
un poco de agua en una palangana desconchada, se lavaba la cara y el cuello. Detrás
de las orejas, las axilas. Poca agua para un cuerpo sediento, para una pierna a
rastras. En el pasillo, las fotografías de los ausentes apenas lloraban lo
suficiente para mojar unos labios. Poco a poco, habían ido apagándose las
velas, borrándose los caminos de la memoria que los traían de vuelta a la
emoción.
Los
perros esperan en la puerta abierta. Si acaso saludan, lo hacen sin sonidos.
Con pan duro.
Frente
al espejo enmohecido de puntos, se anuda un pañuelo a la cabeza, la falda a la
cintura. Los pechos empiezan a caérsele a este lado de la imagen que no cabe en
el reflejo. Coge el bulto de cachivaches de alambre retorcido, y con el mismo
paso, lleno de barricadas, se encamina al mercado donde los vende como fetiches
contra las tormentas de miedo. Para enterrarlos delante de las casas.
Se
descalza las alpargatas.
- ¿De qué están
hechos, Paulina?
- Escupí restos de
un naufragio.
- El mar está muy
lejos, Paulina. Aquí no llegan los barcos.
- Yo solo conozco
el mar del cielo.
- Y cómo es que
nadas en él encontrando hundimientos para tragártelos con esa pierna tuya
tullida.
- Solo tengo que pensarlos
con los ojos abiertos.
Paulina
se pone el almuerzo en el regazo, la pierna lisiada a un lado. Se lleva un
bocado a la boca. Durante la mañana ha ido recogiendo las espinas y la bilis de
los que van pasando para luego comerlas. La leche cortada de las madres. El
cansancio. Los amasa. Los mastica despacio para volver a crecer su jardín de
plantas y alambreras contra los temores al día siguiente. De noche su cuerpo es
un lavadero de miserias.
El
trabajo interminable. Los dedos de los pies en la tierra. Las zapatillas
bailando en las olas desatadas del pueblo.
De
vuelta agranda como todos los días, imperceptible, con el pie malo, el camino
que bordea el precipicio del desierto del mundo. Para que no se la trague. Se
para quieta en el filo, apoyada con firmeza en la pierna buena. La que solo
anda. Con vértigo en el pecho. Aspira el aire. Vuela el espacio de las mujeres
sirena.
- ¿De qué están
hechos, Paulina?
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