Escribo desde el aeropuerto. Se retrasó el vuelo de ida y
vuelta.
Escribo como si lo hiciera en el cuaderno rojo de mano. Para
sacar lo de dentro. Como terapia frente a esta manera mía de seguir viviendo.
Sherezade. Como quien se cuenta un cuento.
Busco las historias que escribí estos días atrás en
la cabeza. Calles dispuestas, sol, gente con la que me cruzo. Pero no las encuentro. Intento invocar la piel de afuera a la que
le ha crecido algo que empieza a parecerse a un cuerpo. Sin máscaras. Células epiteliales
dispuestas en capas como en la ilustración de un libro. Acercándose a un sitio
de dentro donde quizá esté, si existe y no es más que un holograma en el cerebro, la
esencia de lo que soy. No más que una esfera muy pequeña, rellena de una luz que a veces se apaga y
otras se enciende. Parpadeante. Corazón.
Soy como una marea, le decía ayer a mi amiga. Subo y bajo. De
un tiempo a esta parte he aceptado que me es inevitable. Pienso en un sentido y luego de inmediato en el otro. Quiero hacer y no hacer. Cambio de dirección. No soy un junco flexible. No estoy agarrada a tierra. Simplemente
floto. Quizás un alga y no más a la deriva, que a veces naufraga.
Este fin de semana discutí sobre una película como quien se reta a un duelo a muerte. No tenía sentido. Era solo una película. En lo
racional necesitaba que me gustase. Era lo que tocaba. Porque si la analizaba y
profundizaba en los personajes, podía mantenerla en pie. En la piel, me
chirriaba, no me había gustado. Otra vez la piel. Pero necesitaba retar para poder ser yo. Matar. Morirme en la batalla.
Si lo pienso ahora con los
dedos sobre estas teclas, sé que tiene que ver con la búsqueda de la identidad.
Bucear. Disponer un cuadro de lo que soy. Detrás de la reja cerrada, mujeres de
distintas edades esperan quietas. Miran al frente. En la reja hay atado un
pañuelo azul. Una señal. Delante de la reja, en el suelo, espera un muerto
dentro de una mortaja. Cosida como la de que son arrojados al mar. Hundirse. Amaranta.
Todo está quieto. Blanco. Quedan las mujeres mirando al frente y el silencio
pero el muerto se ha esfumado. Retrato de un fantasma. Queda la mortaja en su
dimensión. Pero está vacía. La señal, un pañuelo azul. He aquí un muerto
enemigo, un muerto que no nos pertenece, que expulsamos, que sacamos fuera. He
aquí un muerto que me ponía en contacto con una parte de mí misma.
Me adelanto, desato el nudo, abro la puerta, no hay ya nada
en el suelo. Entra el aire en el cuadro y en la casa. Me muevo. Soy una mujer
en tres dimensiones con un delantal puesto sobre el vestido. No miro el camino.
No espero a nadie. No busco a nadie. Vuelvo a cerrarla con la certeza de que es
una puerta. Subo las escaleras. Me dirijo a la cocina. Un café. Leer un rato
con la ventana abierta. Siempre la ventana.
Buscar la identidad. Ser solo una. Capaz. Pisar. Hacer el
duelo de lo que ya se fue. Puse tanto empeño en ese pañuelo azul que ataba la
puerta de algo que no podía ser. En esas puntadas que nunca quería terminar. Dejar
que me duela, que se vaya. Llorarlo.
Escribo en un aeropuerto. Se retrasó el vuelo.
Hoy no había gancho pero si mucha angustia cuando me puse
frente a este cuaderno rojo. Ahora siento erizada la piel. Me miro y soy un
cuerpo pegado a unos huesos. Reconozco mis huesos. Soy unos ojos. Nadar. Sé que es un proceso largo, porque conozco a esa mujer que
se mueve dentro de esa pintura y que se deshace en otras de todas las edades. Miro
las arrugas de sus comisuras. Conozco a esa mujer que no se gusta, que se
desespera en la espera, que se amputa, que envía a su niña a salvarla, que cose eternamente una mortaja. Conozco a esa mujer que soy yo.
Sé que es un proceso largo. Que me cuesta. Desprenderme. El duelo. Pero siento cierta esperanza cuando pienso en el jazmín que tanto deseaba y que por fin compré y puse en la casa. Como una tabla a la que agarrarme. Rellenar el hueco que había dejado el rosal secado. La ventana al sol. Con
sus hojas verdes y tiernas, formando flores. Desde el sofá lo imagino crecido. Puedo
ya olerlo.
Al final puede que no fuese algo tan malo ni la película ni este vuelo retrasado.
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