Ayer me dijo H que me paso la vida enterrando Picassos. Visualicé Las señoritas de la calle de Avinyó, y en trozos, como si fueran espejos rotos por las costuras del cuerpo, me imaginé escondiéndolas debajo de las losas de una cocina que no conozco.
No pregunté a H
que quería decir, pero pensé que él que se dedica a desenterrar versos y
cantarlos, algo de esto debe saber.
Nunca he sabido cómo eran las mujeres consuelo de la canción. Pensaba si no sería mejor ser una mujer con suelo, pero
ahora, yo que cuelgo figuras de pájaros y peces del techo, ya no estoy tan segura.
El suelo de la cocina
es siempre un mosaico de losas blancas y negras. Pero, espera, sí que la conozco, solo que no me acordaba. Mi cerebro es una alacena. Quizá la
elegí porque es bonita y vieja, y porque tiene los techos altos. Así me es más fácil fingirme los rotos.
Durante un
tiempo, mi cerebro estuvo lleno de tumbas nevadas. Eran campos de Srebenica. Ahora mi cerebro está lleno de árboles. Es un bosque muy frondoso. No
veo las copas, solo la humedad y los troncos rectos. Como barrotes. Un hombre me mira queriendo escapar. Con los años es casi el mismo escenario. Solo se ha derretido la nieve.
Me gustaría tener
otras imágenes, pero aquí no puedo oler el mar. Des-olada.
Cuando era
pequeña, en el colegio, la maestra nos mandó hacer un collage. Yo ni siquiera
había oído esa palabra. Pe-dazos. Re-tazos. Co-dazos.
Mi amiga Inma lo
hizo todo de flores. Era precioso. Una cartulina llena de rosas. Una bofetada
de belleza. El mío era vulgar, lleno de recortes de papel sin nombres.
Hoy estoy hecha t-r-o-z-o-s. T-r-i-z-a-s.
Es lo que pasa
cuando comes alambre de espino. Da igual la forma que le des para tragarlo, que
te lo comas con miga de pan. Antes o después se te queda clavado.
Hoy me he despertado
temprano. Sin voz. He pasado toda la noche intentando encontrar una salida. Me cuesta. Doy vueltas y vueltas, enjaulada, y no lo consigo. Lápidas. Troncos. Seguro será distinto cuando amanezca. La flor del Guernica. Estación esperanza. Se oyen
los primeros pájaros pero nada es diferente. Se me escurren dos lágrimas muy finas
por las mejillas. Sonrío al pequeño milagro de mis ojos, empeñados en brillar
en seco. En rojo que escuece.
Nada es distinto,
aunque sea de día. No puedo hablar. Tiro de toda la lista de mis decisiones. Tú,
siempre te equivocas. Leo Vindictas. Las mujeres llevan velas y van iluminando
el camino oscuro de las otras mujeres. En una canción de t-r-a-z-o-s. Pero yo
no sé lo que debo hacer. Marta Brunet escribe Soledad de sangre:
- A casa- y lo
siguió en lo oscuro.
Y no sé si soy yo
ella o el perro del que tiran del collar: a casa.
Me voy porque no
sé hacer otra cosa. Me voy huyendo. Avergonzada de mi laberinto de pasillos.
En quince años,
nunca pensé que la historia pudiera contarse de otra manera. La mitad de los
hombres que se suicidan en este país tienen más de 79 años. No quiero ser María,
la mala. Por alguna razón me recuerdas cuando hablas de política a mi padre y no
puedo soportarlo. Me quedo sin aire. No quiero hablar. Te miro las manos y no
son las suyas, y aún así no lo consigo. Las siento en el cuello. Mi padre
también dijo, aunque no fuera verdad y yo me tapase la cabeza con la almohada, que no le importaban
sus hijos. El infierno de Dante tiene nueve círculos y un vestíbulo, pero no
tiene los colores del Bosco. John Berger escribió sobre cómo Descartes le robo
el alma a los animales y a nosotros nos dejó sin metáforas, en la Fama y
soledad de Picasso. Quién sabe si también de sangre.
- A casa- y lo
siguió en lo oscuro.
Mi amiga Inma
siempre hacía los trabajos de la escuela mucho más bonitos que yo. A ella no le
pegaban si pedía dinero para comprar cosas para la escuela.
Collage.
Cuando baje al
pueblo, tomaremos un café en su cocina blanca. Donde no parece nadie dedique las
noches a levantar los suelos.
Collage de
libros. Entre los pinos que dan a la playa, me desnudo entre libros. Todos permanecen
abiertos menos el Ensayo sobre la ceguera que se ha cerrado sobre sí mismo. Yo tenía una perra Maya que murió el mismo día que Saramago.
Termino Vindictas y aunque he escrito los países y las fechas de vida al lado de los nombres de las autoras, aunque yo no quiera, se me deshacen los cuentos entre los dedos y se me mezclan. Desenterrar. Aunque las cuentistas lleven luces de vigilia.
Hojada. Des-hojada. Me-quiere. No-me-quiere.
Hola, he leido tu relato y me ha puesto melancòlico. Me ha gustado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cerca del mar y, pese a ello, des-alado y, a pesar de ello (y de otras pequeñeces como el tiempo), queriéndote. Un beso.
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