Insomnio.
La cama se ha convertido en una era. Ya no es ni un
cuadrilátero donde protegerme, ni una playa de arena. Una era. La plataforma de
un puerto a la intemperie. Donde no queda espacio a pesar del espacio vacío. Una
era inhóspita. Como una ciudad en la que no conozco a nadie.
Insomnio.
Una plataforma petrolífera anclada.
Tengo frío. No puedo encender el sol.
Me abrigo un poco. Cierro los ojos. Busco la música. Intento
conectar con lo hermoso. Con lo vivo. Con el día feliz y rabioso de hoy.
Abro mi cuadernillo de notas. Rojo. Con cinta roja.
Amiga, necesitas vestirte de color: de rojo, de rosa.
Primera anotación de la semana: ‘El olvido que seremos’,
Héctor Abad Faciolince (colombiano). Un libro que me recomendaron. Es un libro
padre. O un padre libro.
Luego las notas de la presentación a la que conseguí ir. Martín Caparrós y su libro El interior en Madrid. Es un libro viaje
propio. O un viaje propio libro.
Me gusta cómo escribe Martín Caparrós. Escribe pedros páramos.
Era una sala pequeña. Yo ocupé como siempre la esquina de la
última fila. Salida de emergencia. Aunque deseaba que él me viese. Que viese más
de lo que yo puedo ver. Mujer con hambre y camiseta negra y rebeca de lana
nueva. Con pendientes. Habló en argentino y yo me perdí por un rato meciéndome en una hamaca de
hilos de araña de voz. Sin poderme detener en la escucha. Embelesada. Saltando vallas.
‘Uno ve mucho más
cuando mira’.
‘Lo olvidé para no extrañarlo demasiado’.
‘El desierto lo hacían matando a la gente que vivía allí,
para luego ocuparlo’. Hacer el desierto. Ocupar el desierto. Hacer y ocupar el
desierto. Ocupar mi desierto.
Leyó dos veces. Se hizo un paisaje de carreteras en construcción. De máquinas. De polvo levantado. De olor a alquitrán. Levantando postes de luz.
María, cuídate de los hombres que saben contar historias. No seas
de agua.
En aquel pueblo del norte argentino hubo hace años una
próspera industria cárnica. Hasta 1500 reses se sacrificaban al día. 6000 patas
andando el camino del matadero. Se fabricaba esencia de vaca. ‘Las vacas morían
para hacerse esencia’. La esencia era comprada para alimentar a los soldados. 'No
hacían industria. Hacían filosofía'. Alimentaban hombres vivos para que muriesen en guerras. Acá todo era ruina. ‘Nada ni nadie los venció. Se fueron’.
La ruina. Hacerme de ruinas. Visitar las ruinas. Mirarme al
espejo. Visitar.
Siguió contando su viaje. Un hombre, un coche, el silencio.
‘La esperanza de volver sobre el mismo lugar, pero poder
leerlo de otra manera’. Mirarme al espejo. Visitar.
‘La esperanza es una mierda que solo sirve para alargarte el
sufrimiento’, le dijo el indio blanco propietario de El Cabaret de Rosario. Comerciante de otras ruinas.
Guardé el cuadernillo rojo. Recordé aquel ‘me gustaría que
me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar’.
Salí corriendo sin avisar. Sin acercarme a un 'gracias por la luz', a un qué bueno que te encontré. María, cuídate de los hombres que saben contar
historias. Porque los hombres de ensueño no pueden querer.
Salí corriendo. Su voz que lee. Mi esqueleto de dentro en la
raspa de puro hueso.
'Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no
me pueda ir'.
Insomnio.