Para que crezcan mujeres y hombres libres.
A veces pienso que puedo cruzar el África de los hombres en solo dos zancadas. Arrancar en el Egipto de Naguib Mahfuz, apoyarme en la Kenia de Ngũgĩ wa Thiong'o, y volver a avanzar la pierna izquierda hasta la Sudáfrica de J. M.Coetzee. Sus mujeres habitan otro continente en mí. Entre ellas, Doris Leasing, con la que a veces me curo. Hay quien no la considera una autora africana. Yo siempre vi su literatura negra. Enraizada. Sin matices. Atravesada de caminos. Existen otros y otras muchos. Van llegando. Son paredes, puertas, ventanas, tejado incluso, todo lo que hace mi casa. Son ojos, remos, dedos. Pelo. El propio esqueleto que se tiende para que descanse, que duerme la siesta en el suelo. El que anda. El que te deja huérfana.
A veces pienso que puedo cruzar el África de los hombres en solo dos zancadas. Arrancar en el Egipto de Naguib Mahfuz, apoyarme en la Kenia de Ngũgĩ wa Thiong'o, y volver a avanzar la pierna izquierda hasta la Sudáfrica de J. M.Coetzee. Sus mujeres habitan otro continente en mí. Entre ellas, Doris Leasing, con la que a veces me curo. Hay quien no la considera una autora africana. Yo siempre vi su literatura negra. Enraizada. Sin matices. Atravesada de caminos. Existen otros y otras muchos. Van llegando. Son paredes, puertas, ventanas, tejado incluso, todo lo que hace mi casa. Son ojos, remos, dedos. Pelo. El propio esqueleto que se tiende para que descanse, que duerme la siesta en el suelo. El que anda. El que te deja huérfana.
Hay un mapa dibujado en mi cuerpo. Pintado en el pecho. Alrededor
de la tierra de África está el mar.
Terminé ‘Un grano de trigo’ de Ngũgĩ wa Thiong'o. Lo leí
febril de pura hambre. Como siempre que lo leo. Es un libro de una profundidad
y de una belleza mayúsculas. Se adentra en la tierra. Frente a Thiong’o siempre
me siento tan agradecida. Tan pequeña.
Sembrar hombres y mujeres. Atravesar la vida libres.
Los libros siempre llegan cuando tienen que llegar. Aunque no
le tocaba, antes de salir de la casa, se empeñó en acompañarme. El vestido largo, el estómago
apretado. Un libro valiente. Yendo hacia el cementerio civil, a acompañar, a enterrar con y
en dignidad a Timoteo Mendieta. A enterrarlo como hombre, en una caja de hombre
entero.
Para que broten hombres y mujeres libres.
Entre aplausos, las manos
hechas hojas de palabras. Un paso atrás. Para no entrometerme en la intimidad
desnuda del dolor de Ascensión Mendieta. En el tiempo desaparecido en
el instante. En la urgencia del duelo no hecho. Sobrevenido. En las
distintas edades que todos tenemos. Cantamos a la tierra. Nos sentamos en ella y levantamos la
vista.
En la ida, a la salida del metro, conocí a Horacio con H, como Martín. Argentino.
Por su trabajo y mientras esperábamos, hablamos del exilio de Juan Ramón y
Zenobia Camprubí. De Huelva. De Platero. Y se hicieron presentes. Yo le enseñé
el libro con pudor. Luego nos sobrevino la emoción y cada quien hizo con ella lo que
pudo. Desde la parte de atrás de la
cara se forman los surcos.
Enterrar hombres y mujeres libres para que broten como
semillas.
Llegar cuando tuvo que llegar. Estamos hechos de tantas edades distintas. De niños que no envejecen. De viejos que no tocan. De tantas miserias y grandezas. Somos de agua de olas.
Llegar cuando tuvo que llegar. Estamos hechos de tantas edades distintas. De niños que no envejecen. De viejos que no tocan. De tantas miserias y grandezas. Somos de agua de olas.
Frente a Thiong’o, frente a la Memoria, frente a los Kihika y a las Mumbi, frente a los
Timoteos y a las Ascensiones, me siento
tocada por el don de la vida.
Aplaudo su camino. Compro flores moradas en la plaza. Sentada
en este sofá rojo, intento escribir para exorcizar lo revuelto, limpiar las
paredes blancas de esta casa mía de dentro. Lenta. Espesa.
Terminé ‘Un grano de trigo’ de Ngũgĩ wa Thiong'o. ‘Cambiaré
la figura de la mujer. Tallaré una mujer … embarazada’.
Frente al silencio, frente al miedo, lo que tú siembras, sí
es el cuerpo que va a brotar. Somos árboles.
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