lunes, 12 de enero de 2015

Hope Ibrahim

Cuando nací mi madre me llamó Hope y así parió conmigo, en carne y hueso, toda la esperanza amarga que había estado creciendo en sus ojos. Apretó los dientes y sin quererlo me volvió de sal.

Mi abuela con sus brazos de piel larga, me lavó y me colocó al cielo, hasta que me volví tan negra como una noche de luna escondida. Con una raíz desenterrada me peinó el pelo, formando un océano de olas revueltas. Sonrió en algún lugar perdido de su cara y escupió en mi frente, queriendo salvarme de la dura carga de nacer con los sueños de otros.

Me gustaba pisar la tierra descalza. Corría y corría con un vestido blanco de pequeñas flores bordadas. Los rizos al aire. Los dientes al viento. Con una voz escapista de las cosas del mundo.

Me gustaba limpiarme la cara con las manos y luego las manos en el vestido blanco. De arriba a abajo. Como si encalase una pared. Jugando a esconder los colores de las flores.

Mi madre siempre con su cuello alerta, me sacudía agarrándome de un brazo. Hope sucia. Esperanza sucia. Es tu único vestido. Yo estoy demasiado cansada, tendrás que lavarlo tú.

Me sacude. Ya no recuerdo si lloro. Solo que su mano se me hunde por dentro, como si pudiese abrirse paso hasta agarrarme el pecho donde yo crío en jaulas mis vísceras blandas. Corro hacia el patio de atrás. Ahí está el cubo. Hope sucia. Esperanza sucia. Me meto entera. Agazaparme, mojarme y muy rápida levantarme abriendo los brazos. Con la cabeza hacia atrás. Simulando un salto de agua. Froto el vestido y meto el pelo dentro. Chorrea en un mar plano, en calma.

Mi abuela mastica hierba sentada en la puerta. Limpia semillas en la falda. Me siento con ella con un puñado en las manos. A mi abuela no le importa si mi vestido blanco se ensucia de barro. No me acaricia porque no sabe. Solo sabe peinarme como si quisiera arrancarme el nombre.

Solo tengo cinco años. Los zapatos de la escuela, los únicos que tengo, tienen la suela rajada. Si llueve mis pies hacen ruido de charcos.

Mi madre trabaja. Siempre está cansada. Es guapa pero parece más fea que otras madres.

Es primavera. Mi abuela llora lágrimas nacidas secas y mi madre sigue apretando los dientes. Me coge de la mano, el vestido blanco con flores de colores puesto. Los zapatos rotos. Tira de mi brazo negro con su mano negra.

Hasta ahora nunca había visto el mar. Este es el río, Hope sucia, Esperanza sucia. Cuando lleguemos al otro lado podré comprarte unos zapatos nuevos.

Hasta ahora nunca había visto la luz en los ojos de mi madre. Hope mía, Esperanza mía. También de sal. Con las olas en el pelo. Tu mano.



Hope Ibrahim falleció el 19 de abril de 2005 mientras su madre intentaba cruzar el Estrecho con ella en brazos. Ese mismo día mi hija, Hope mía, Esperanza mía, cumplía 5 años. Ese mismo día, Hope mía, Esperanza mía, mis zapatos de niña seguían teniendo las suelas rajadas.


Miro el Estrecho desde la atalaya del cementerio blanco de Tarifa. Siempre con tanta fuerza ‘pa’ dentro, que traga, en el agua. Me siento en un banco pegado a la pared. Cierro los ojos al sol y al viento echado hoy. Emocionada. La piel larga de la abuela. Las piernas flojas de la madre. De los ayes enterrados con los muertos sin nombre, han crecido tréboles. Hope mía, Esperanza mía, al menos tú tuviste tu nombre. Me trago el aire. A la ea, la ea, la niña, ea. A la ea, la ea, te doy la mano.





3 comentarios:

  1. La fragilidad del ser humano no entiende de nombres

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    1. ni la violencia, ni la crueldad. no entiende de nombres, ni de padres, ni de hermanos, ni de hijos. el ser humano es un muro infinito con demasiadas pocas grietas, puertas y graffitis. un abrazo.

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  2. El muro del que hablas no es como los muros comunes de hormigón. Creo que el ser humano es muy duro por fuera pero frágil por dentro, y si tambaleas los cimientos se viene abajo. Tu podrás hacer grietas o grafitis por fuera y casi parecer invulnerable, pero por dentro notar el cambio profundo. Besos!

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