Mamá. Yo quiero ser de plata. Hijo, tendrás mucho
frío.
Hay días que se paren
sueños y amigos, libros y campos. Otros, derrotas y ansiedades, mentiras y
tormentas. Hay días que se paren artistas, ministros o jueces. Otros,
dictadores, maltratadores y desfalcadores. Hay días que se paren personas.
Otros, monstruos. Hay días que se paren mujeres y hombres libres. Otros,
esclavos.
Hay días que parimos
juntos. Otros, solos. Hay días que paren los padres. Otros, las madres. Hay
días que se pare del vientre. Otros, del corazón. Hay días que se pare de
noche. Otros, de día. Hay días que nos parimos a nosotros mismos. Pero otros
días, parimos hijos.
Mamá. Yo quiero ser de agua. Hijo, tendrás mucho frío.
Como en la canción, tú, no viniste del frío y de la lluvia,
llegaste del amor y de la luna. Y aunque no hubiera sido así, yo te habría
construido una cuna de flores.
Desde que naciste, este
día te cuento como llegaste. Como abriste tus ojos azules. Como de bonita
venías cuando te lavaron, toda repeinada, con tu rayita hecha incluso en el
pelo. Desde que naciste, este día te cuento como desde la primera noche
lloraste por dormir conmigo, y cómo te gustaba acurrucarte en mi vientre, como
si quisieses prolongar estar dentro.
Desde que naciste sé que
tú eres tú. Me gustaría que mañana fueses una persona que se apurase por
cambiar el mundo y hacerlo mejor. Me gustaría que mañana fueses una mujer alta,
de fuerza y paso firme para abrirse camino por sí misma.
Si me pusiese a buscar
tu lugar en el mundo, seguramente buscaría el mío. Por eso, prefiero enseñarte
simplemente que estoy aquí, qué podemos leer y dibujar juntas, andar caminos, buscar
faros y escuchar canciones. Cierro los ojos y sólo puedo verte guapa.
Desde que naciste a mí
por dentro me nacieron las entrañas. A veces las siento como raíces de árbol. Otras,
como arpones. Qué te puedo dar que no me
sufras.
Mamá. Bórdame en tu almohada. ¡Eso sí! ¡Ahora mismo!