Me
acerco a la ventana. Acaricio el cristal con la mano. Hoy la ventana no es de
entrar y salir aunque tiene un hueco abierto y siguen las escaleras puestas. Aunque
tengo la certeza de que al lado del río del este donde sale el sol te has
parado a pensarme. Hoy la ventana es de mirar desde dentro. De pararse a
descansar. De tomar el sol. De llorar si es preciso.
En
la habitación, Martha Wainwright canta una y otra vez su elegía ‘Proserpina’.
Ven a casa con tu madre. Pero el niño de la portada de ‘Esperando a los bárbaros’ sigue corriendo en la nube de polvo que levanta el desierto en su
juego de viejo. Con los pies descalzos y la cabeza rapada es un niño del tiempo.
Una cometa dentro de mi aparador de libros esenciales. Mirando de frente,
asomado al cristal de mi piel. Yo también tengo el pelo malo. Junto al giralunas
de plata. Junto a la harina de las manos tristes que arrastran el carro del pan.
Junto a las paredes encaladas de la casa de la estirpe condenada. Junto al paso
lento del elefante en su viaje. Junto a los poemas de Cavafis.
Proserpina.
Ven a casa con tu madre ahora. Mientras amaina la tormenta. Hasta que podamos
abrir estas ventanas de par en par.
Pero el niño sigue corriendo.
Pero el niño sigue corriendo.
A
veces pienso que huye para protegerse. En un lugar en la frontera que yo también
habito. Otras pienso que solo vuelve. De explorar, de vivir este maravilloso
desierto donde habitamos los bárbaros. Los nómadas. Los navegantes de agua pero
también de las arenas. Los habitantes de Babel.
Frente a la ventana siento los pies y sus pasos.
Estoy viva. Y se arranca a venir la lluvia para que nos lavemos la cara y el
cuello a dos manos. Niño, te digo, soy la nueva Blimunda, la que ve todas las
corazas. Las nuestras y las de quienes nos llaman bárbaros. Las de quienes
creen solo su verdad y nos quieren arrancar la lengua y coser los párpados.
Y el niño que aún no sabe del mundo, más allá de
su cuartilla de papel, se acerca y me da un abrazo hermoso. Confiado. Y yo que
ya bebí de la sed muchas veces, sé que tras esta lluvia vendrá de nuevo el
polvo y el hambre. Un nuevo naufragio de hombres. Proserpina. Ven a casa con tu
madre.
Proserpina. Sin remedio. Siempre corriendo. Siempre
viviendo en la frontera de los dos mundos. Donde levantas tu colección de
ventanas. Donde plantas olivos. Donde enciendes faroles para mirar lo que ocurre en los graneros de Lampedusa. Donde atraviesas puentes. Donde comercias con los bárbaros.
ResponderEliminarNo podía dejar el otro comentario , tan real .....
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo