jueves, 24 de octubre de 2013

María La Mala I

Podías haber elegido cuidarme y sin embargo decidiste no hacerlo. Podías haber elegido que no me doliese tanto pero no hiciste nada para evitarme el dolor y el abismo en el que me sitúo. Porque me es inmediato. Porque tú lo cultivas.

Cuando te moviste ya el daño estaba hecho. Me estalla la cabeza. Mi cerebro se escurre laminado en lonchas finas. Me sale por los orificios de las orejas, por la nariz, por la boca. Me lo comeré como fiambre en la cena. No me sale por los ojos que hospedan al cristalito de hielo. Es un buen cliente. Soy una posada a cuestas en cualquier camino. El cristalito me deja aterida de frío. Me meto en la cama vestida. Me pongo tres mantas encima pero no son suficientes para calmar el aliento de la estepa que avanza campo a través por mis pulmones, por mi estómago. He puesto las tripas a buen recaudo. Escondidas.

Me duelen todavía los dedos dibujados de Picasso. De las manos. De los pies. Hinchados. Retorcidos. Estoy exhausta. No lloro. No sé si tengo corazón.

Hace tiempo que sé que no me quieres y también hace tiempo que sé que yo voy a dejar de quererte. Pronto. Muy pronto.

Hace tiempo que sé que apenas me queda agua dentro y que necesito beber: el sentimiento, las emociones, las pieles.

He pensado porque me duele tanto pensar que me engañas con otra. A pesar de este banquete de bodas desierto que tu hilas sin descanso y que me das de comer y que yo como. Para que no falte la desolación. Y solo encuentro la historia de María La Mala. Así me llamaban el hombre pequeño y su familia. Así me lo contó la otra, María La Buena. Debió ser fácil. El mismo nombre. Los tres trabajábamos juntos. Yo nunca sospeché nada.

Debió ser fácil engañarme. Yo era una persona confiada. No sabía de la necesidad de mentirme porque nunca había pensado que alguien tuviese que quedarse a quererme si no me quería. Yo me sentía tan libre para amar y ser amada. Cuando todo entre nosotros terminó, él no me dejaba ir. Me asediaba mientras a mis espaldas no solo seguía con la otra chica sino que inventaba que yo lo acosaba. Él era un hombre respetable. María estaba triste. La tristeza no gusta. Fue muy fácil hacerme un traje de María La Mala.

Y yo no podía entender el por qué. ¿Por qué me había engañado incluso después de irme? ¿Por qué tanta maldad conmigo? Cuando el marido de la otra chica los descubrió, iban a marcharse juntos a la misma casa donde a mí también me había propuesto acompañarlo, él no negó nada. Con sangre fría en serie se despojó de su ropa. Pero era tanta la mentira que había construido, era tanta mi debilidad, que todos me echaron encima sus fardos de peste. María La Mala. Y esa herida cayó sobre las otras heridas. Y me volvió el frío. Mucho frío. Y el dolor en los dedos. Aunque haya pasado el tiempo.

Tú que conoces mi historia porque te abrí las puertas de par en par para que pasaras con todas tus cargas, podías haber elegido cuidarme. Pasar de vez en cuando tu mano por mi lomo. Besarme las costuras.

Pero qué absurda soy. Qué estúpida. Te vi tal cual eres cuando te bañé con jabón de almendras y se agrió el agua. Y aun así te abrí las puertas y te dejé pasar. Yo soy la única responsable de tanta telaraña. Más de lo mismo.

Pero ya está bien por hoy. Que estoy cansada de ese vestido viejo. Que hoy me desperté cantando en sueños y me gustó. Me sentí feliz. Alada. Y estuve toda la mañana capaz, tarareando. La canción de las vidas cruzadas.



2 comentarios:

  1. María, más que la Mala, la Decepcionada... creo. No pasa nada por lamerse las heridas un poco, pero si lo haces más tiempo de la cuenta, se convertirá en algo crónico, y pensarás para siempre que la vida no es justa contigo.
    Retira las mantas, levántate, toma las riendas y canta despierta.

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  2. María se fue una mañana, María sin decir nada, María ya no tiene miedo, María empieza de nuevo ........

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