Podías haber elegido cuidarme y sin embargo decidiste no
hacerlo. Podías haber elegido que no me doliese tanto pero no hiciste nada para
evitarme el dolor y el abismo en el que me sitúo. Porque me es inmediato.
Porque tú lo cultivas.
Cuando te moviste ya el daño estaba hecho. Me estalla la
cabeza. Mi cerebro se escurre laminado en lonchas finas. Me sale por los
orificios de las orejas, por la nariz, por la boca. Me lo comeré como fiambre
en la cena. No me sale por los ojos que hospedan al cristalito de hielo. Es un
buen cliente. Soy una posada a cuestas en cualquier camino. El cristalito me
deja aterida de frío. Me meto en la cama vestida. Me pongo tres mantas encima pero
no son suficientes para calmar el aliento de la estepa que avanza campo a través
por mis pulmones, por mi estómago. He puesto las tripas a buen recaudo. Escondidas.
Me duelen todavía los dedos dibujados de Picasso. De las
manos. De los pies. Hinchados. Retorcidos. Estoy exhausta. No lloro. No sé si
tengo corazón.
Hace tiempo que sé que no me quieres y también hace tiempo
que sé que yo voy a dejar de quererte. Pronto. Muy pronto.
Hace tiempo que sé que apenas me queda agua dentro y que
necesito beber: el sentimiento, las emociones, las pieles.
He pensado porque me duele tanto pensar que me engañas con
otra. A pesar de este banquete de bodas desierto que tu hilas sin descanso y
que me das de comer y que yo como. Para que no falte la desolación. Y solo
encuentro la historia de María La Mala. Así me llamaban el hombre pequeño y su
familia. Así me lo contó la otra, María La Buena. Debió ser fácil. El mismo
nombre. Los tres trabajábamos juntos. Yo nunca sospeché nada.
Debió ser fácil engañarme. Yo era una persona confiada. No sabía
de la necesidad de mentirme porque nunca había pensado que alguien tuviese que
quedarse a quererme si no me quería. Yo me sentía tan libre para amar y ser
amada. Cuando todo entre nosotros terminó, él no me dejaba ir. Me asediaba
mientras a mis espaldas no solo seguía con la otra chica sino que inventaba que
yo lo acosaba. Él era un hombre respetable. María estaba triste. La tristeza no
gusta. Fue muy fácil hacerme un traje de María La Mala.
Y yo no podía entender el por qué. ¿Por qué me había
engañado incluso después de irme? ¿Por qué tanta maldad conmigo? Cuando el
marido de la otra chica los descubrió, iban a marcharse juntos a la misma casa
donde a mí también me había propuesto acompañarlo, él no negó nada. Con sangre
fría en serie se despojó de su ropa. Pero era tanta la mentira que había
construido, era tanta mi debilidad, que todos me echaron encima sus fardos de
peste. María La Mala. Y esa herida cayó sobre las otras heridas. Y me volvió el
frío. Mucho frío. Y el dolor en los dedos. Aunque haya pasado el tiempo.
Tú que conoces mi historia porque te abrí las puertas de par
en par para que pasaras con todas tus cargas, podías haber elegido cuidarme.
Pasar de vez en cuando tu mano por mi lomo. Besarme las costuras.
Pero qué absurda soy. Qué estúpida. Te vi tal cual eres
cuando te bañé con jabón de almendras y se agrió el agua. Y aun así te abrí las
puertas y te dejé pasar. Yo soy la única responsable de tanta telaraña. Más de
lo mismo.
María, más que la Mala, la Decepcionada... creo. No pasa nada por lamerse las heridas un poco, pero si lo haces más tiempo de la cuenta, se convertirá en algo crónico, y pensarás para siempre que la vida no es justa contigo.
ResponderEliminarRetira las mantas, levántate, toma las riendas y canta despierta.
María se fue una mañana, María sin decir nada, María ya no tiene miedo, María empieza de nuevo ........
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