Volvimos a la ciudad con los años de hija y de madre hechos.
La casa no se había ido. Ni la ventana de los tejados. El techo
seguía teniendo rectángulos de cielo y el sofá continuaba estando donde se
puede ver lo que vuela. Y ahí seguían los libros. Las plantas. Las máscaras y
los fetiches. Y el suelo. El suelo no se había ido. Busco a tientas las paredes
mordidas.
Mama.
Yo quiero ser de plata.
Hija,
Tendrás mucho frío.
Ordeno la ropa en el armario abierto de par en par. Coloco los
pañuelos que traje en el tercer cajón aprendido: el más onubense de rayas azules y blancas;
el verde primavera con flores-camino; el tierra-áfrica con hilos de corteza de
árbol; el blanco y negro de pájaros en la cabeza y en las alas.
Lavo y tiendo. Cuando no llueve, el cielo está muy gris.
Miro la cama. Está llena de rosas amarillas huérfanas. Nana se arquea
y ronronea. Tengo sueño. Me apetece dormirme entre las flores, con la gata de colores
en el pecho. Dispuesta a escapar del destino de la mujer de agua. Tarareando canciones
para espantar los silencios.
Pero no duermo. Me tomo otra taza de café.
Me peino el pelo. Me lo toco. Me miro al espejo. Esta vez me
he traído el mar. Lo hago alfombras.
Mamá.
yo quiero ser de agua.
Hija,
Tendrás mucho frío.
Paula estudia en su habitación. Sonrío. Aún no ha deshecho
su maleta, desparramada en ocho patas por el suelo. No repta. Solo escupe ropa
y más ropa sin parar. Y zapatos. Y lianas que se cuelgan del techo inclinado en
los que juegan y gritan monos. Lanzándose unos a otros los cojines de la cama. Suena
música de mujer negra. Las tortugas verdean en el agua. Para entrar es
necesario escalar montañas. Sonrío. Qué bonita, mi niña.
Me toco el vientre donde conviven las entrañas y los
arpones. Sigo con el dedo las líneas de la Canción tonta. Como cuando se
aprende a leer.
Dibujo en el mapa del tesoro del corazón que he estado
haciendo. Con pasos hacia adelante y hacia atrás. Con aguja y dedal. Donde apunté
la protección y la dedicación, la admiración, he escrito ‘madre’. A veces
aprendo y olvido, y he de volver a aprender, que en mí, la protección es mujer. La
que se levanta y anda. La que me reconoce la voz. La que me despide con las
manos en el coche.
Pienso en las cargas que no son nuestras. Las que llevo de mi
madre y que no me pertenecen. En un cordón umbilical largo. Como una sombra
alargada que me pesa en el cuello. Este mapa. No entiendo el mapa. Este mapa. Esta
línea larga en los años.
Me sumerjo en el agua muy fría. Mis pulmones respiran como
si estuviese naciendo. Paula recita su lección que atraviesa puertas. Estoy
aprendiendo a encender un fuego. Para tener luz y calor propios. Para que ella pueda
también aprenderlos. En un baile de pies y manos con dedos. Para seguir soñando sueños.
Para que tú, si quieres, puedas encontrarnos.
Mamá.
Bórdame en tu almohada.
¡Eso sí!
¡Ahora mismo!
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