lunes, 1 de diciembre de 2014

La Nieve del Almirante

La Nieve del Almirante es el nombre de una fonda de mal designio al final de un camino. La mía. Donde un viento constante de afuera agita el cartel con el nombre pelado. En una ruta de eriales y cabras. Como una isla de Ítaca sin mar. Huraña.

Sin frío. Aquí los párpados están secos.

Paso una y otra vez el paño por la madera de la barra. Me desabrocho un botón de la blusa. Siento que mi cuerpo se me sale por un rato otra vez. A correr el cárabo de Azarías. Me sube un calor vertical. Irrespirable. Se me agarra a la tráquea, al esternón, a los huesos de la cara y los oídos. Una selva sin pájaros. Sin hamacas. Sin barco. Desnuda. Solo un calor espeso que escapa de las masas de árboles y agua, de la tierra en la que los muertos, cuando los hay, ahoyan sus propias tumbas. Como desaparecidos.

Sin frío. Sin mosquitos.

Barro el piso. Aquí los muertos cuando mueren tienen piedras.

Paso la fregona por las baldosas. Arrastro mis enjundias.

Otra vez. Me paso la mano por el cuello y me detengo en la necesidad de Maqroll el Gaviero, que es la mía, de sentir otro cuerpo de piel. Trago saliva. Más que un deseo de placer en sí mismo, es un hambre de piel contra piel. Para engañar a esta desolación enraizada en la casa y que no se va. Ay, Eréndira, siempre tan puta.

Sin frío. Abro la ventana. Me siento al rayo de sol a tomar un café de olla. Y luego otro.

Sorbo los posos de las mujeres-espera. Recorro el corredor de las begonias donde Amaranta cose. Los ojos de Rebeca pintados en la puerta. Los nudos de los delantales puestos, amarrados a la cintura.

Sin frío. Vuelvo a limpiar el polvo. Con un dolor arrastrado más grande que yo. Puntada a puntada. En el pecho. En el vientre de hembra.

Seco y coloco los vasos fregados en las estanterías, los cubiertos añejos. Me miro en el espejo apulgarado. Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja. Estoy más vieja.

Son muchos los que me dicen que despache la venta o que eche la llave en la puerta y me vaya de aquí. Muchos de los pocos que paran al final de la curva. Que me olvide de este tiempo. Que empiece en otro sitio. Que cambie mi destino.

Sin frío, pienso en la soberbia del hombre que se cree capaz de cambiar el orden del mundo. Que se cree inmortal. ¿Cambiar mi destino? ¿Y si un día vuelves? Como si uno pudiera desprenderse de la carga con la que nace. De las aristas. De la soledad apelmazada, hecha pastel en la cocina. Todas las mañanas. Como si yo no hubiera nacido de una mujer-espera, ya un poco muerta. Todos los días. Como si fuera posible.

Sin frío. Me siento en el porche de la casa. En la mecedora de la abuela. Ahora no hay clientes. Solo un camionero pasó la noche y salió muy temprano. El Almirante se está quedando sin letras. Queda la Nieve. Tal como me contaste que siempre ocurre a la vuelta de uno de tus viajes. Encima del monte Fuji de los cuadros y los versos. Donde yo no he estado.

¿Cómo es Japón? Sorprende lo estrecho que es desde el cielo.


                                                              (Foto: Noel S. Oszvalz)

3 comentarios:

  1. Sentimiento salido de las entrañas. Sigue escribiendo así porque el mundo necesita sentimiento puro

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    1. buen día, Toñin. gracias. hoy hace mucho frío pero se ha arrancado el sol. cierro los ojos y mientras escucho Nessum Dorma, como una oración, dejo que me derrita el hielo que a veces se me forma en el alma. al borde de un camino de dentro que bordea los acantilados de piedra. un abrazo.

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  2. Ahora entiendo el sentido del Nessum Dorma

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