Retomo este cuaderno después de meses sin encontrar el camino
que me permitiese escribirlo. En su momento, nació del empeño de mi amigo
Carlos, que veía en mí lo que yo no era capaz de ver. Todavía hoy no deja de
regalarme ventanas.
Esta mañana me envió este mensaje: 'En las profundidades del
invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible' (Albert Camus). Con un añadido. 'Te regalo mi frase de cumpleaños'.
Hoy es su cumpleaños. He pensado en
hacerle el regalo de escribirle. A modo de guirnalda de baldosas amarillas. Continuando la conversación iniciada. Como si estuviésemos en su terraza con luna.
El escenario era una playa de arena negra. En la primera
escena sin darnos tiempo al aliento, un toro dibujó un Guernica en el aire. Un hombre
toro embestía el espacio. Atado a una cuerda que dirigía otro hombre. Al cabo
de la suerte, su bramido de muerte entre la gente que corría y los sacos
terreros de las barricadas, era el de un animal inconsolable. Como hace mucho
que no es el hombre.
Luego vino otra playa en un tiempo en la que jugamos sin
conocer nuestro destino. Y luego vendría el médico cojo que apuntaba el nombre
de los muertos para buscar a sus familias. ‘Te vas a hartar de apuntar nombres’.
Sin apuntar el suyo. Y la actriz fascista que detestaba la desfachatez de los
pobres. Huelen mal. Y la delatora puta. Y la madre sin comida. Y la hija con hambre. Y el barbero-fígaro que espera a su mujer incluso muerto. Una bomba y
así de fácil. Ya está ella otra vez cogida de su brazo. Así de fácil. Como se destrozan los sueños de hombres y mujeres que piensan que aprender
a leer y escribir les hará más libres.
Anoche fui al teatro, amigo. Fui a ver El laberinto mágico. Termina
donde empieza. En la playa frente al mar del que se espera todo.
Ayer fue un día de teatro. De poesía.
Por la mañana fui al homenaje a Lorca. El poeta, el dramaturgo, el hombre
asesinado por los franquistas, pero también ‘el maricón’ como con orgullo se dicen a sí mismos los homosexuales emponderados. Fue emocionante. Juan Diego, Nuria Espert escarbaron
con la voz, con los versos. Se esculpieron pies que zapateaban gitanos por
todas partes. Se nacieron flores de colores. Y yo me lo llevé al río creyendo
que era mozuelo pero tenía ‘marío’. Se aplaudió la memoria, el amar libre.
Ayer fue un día de habitar el compás, amigo. Bajo un sol inclemente.
Cuando terminó el acto de Lorca y le anudaron la bandera arcoíris al cuello me
fui a tomar una cerveza, para celebrar que ahora éramos todos un poco más
felices y más libres. Cuando terminó el teatro frente al mar, me sobrecogió el
frío en la boca del estómago. Se me cerró. Se me durmieron los labios. Y no
podía tragar ante la certeza de estar atrapada en un puerto sin barcos.
Esta mañana hemos hablado de mis laberintos. Los mágicos del
Fauno, llenos de puertas, y los hechos de hierro viejo en los que no encuentro la
salida. 'A lo mejor la solución está en no buscarla'. Te regalo mi frase de
cumpleaños.
Y me he sentado en el suelo y he cerrado los ojos a la
espera de que desaparecieran los muros.
Luego ha venido Laurance y me ha traído el libro firmado por
Coetzee para que lo ponga en mi altar. Donde están las piedras de Ítaca. La
fotografía de los expulsados al desierto. La de los que huyen de las guerras. El
árbol de la vida. Las manos de Chillida. Maya siguiendo mis pasos perdidos. El faro.
‘Para María’. Para mi amiga que quería venir pero no consiguió encontrar
entradas. Otras entradas. Pienso en el Verano de Coetzee y en el verano
invencible que tú ves dentro de mí. Pienso en las ventanas de Nueva York en la
cabecera de este cuaderno. En el poeta en la ciudad. Entre los rascacielos. Entre
los rascasueños. Pienso repasando que sobre el aparador entre todos hemos
recreado otro laberinto mágico. En el que jugamos a la gallinita ciega de Goya
y a encontrar las islas desconocidas.
Tan agradecida.
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