lunes, 2 de diciembre de 2013

Estación Esperanza

Hoy me levanté comiendo tierra. Renové la demanda de empleo por internet. Escribí un post temprano de los lunes al sol, para poder seguir rompiendo farolas, pero me salió demasiado gris. Voy al lavabo y me lavo la cara. No está bien visto andar por ahí marcando hígado. Pa’dentro. Me lavo la cara y me recompongo para ponerme a hacer. Cada ojo en su sitio. Echo en falta el metro y los libros del subsuelo, la estación Esperanza y a su vigilante, el café La Muralla y a Paco. Echo en falta la piel de agua y el perro que duerme a la sombra y al sol. Tengo hormigas en los labios. De los días cuelgan cuerdas largas: columpios, escaleras; anzuelos, sogas. Las que sirven para volar se agarran a dos manos; las otras, no pasan del cuello.

Yo esta mañana elijo los columpios. Sentarme en la mecedora de tela de mi abuela, apoyar los brazos en la madera ya un poco carcomida y mecerme. Cerrar los ojos solo un rato, dejándome un poco estar. Cuidarme y recorrer tranquila un viaje sin billete con historias del metro que ya escribí:

- Cuando la ermitaña salió de la cueva, tomó conciencia de que el mundo allá afuera había girado más deprisa. Sus gentes ya estaban en otra estación. Sintió vértigo en la boca del estómago. Le corrió frío por la espalda. Se despojó de la piel entre los cartones. En la fuente de la plaza se lavó los huesos, se mojó los pies. Y se echó a andar, dispuesta a buscar los pasos perdidos.

- Empecé a leer Claraboya’, un buen nombre para los que habitamos debajo de tierra. Por primera vez perdí el paso de las estaciones entre los personajes del edificio lisboeta. Próxima estación, Esperanza. Y di un brinco. No puede ser. Paré la máquina de coser del segundo y salí corriendo con el café en la boca de la cocina de la mujer del zapatero en la planta baja. Ya fuera del vagón me desvestí el luto de Justina, la del primero. A mi abuelo. Así he salido hoy a la luz, abrazando árboles.

- Hoy por fin volvió el guardia de seguridad de Esperanza, un latinoamericano medio y grueso que reparte buenosdías y sonrisas al lado de la frontera de acero. Como un caballero andante entre molinos y llevándose la mano abierta al pecho, me ha regalado un 'tenga usted un buen día, hermosa'. He sentido cosquillas debajo de los ojos de cartón con sueño y en mis pies han aparecido como por arte de emoción, unos maravillosos zapatos de tacón rojo. Un hermoso sendero de baldosas amarillas se ha abierto paso entre las escaleras desfiladas del metro.

- En el viaje de ida por el subsuelo, esta mañana terminé ‘Nápoles 1944’. Una nostalgia cualquiera se me ha agarrado a la garganta. Sonreí al caballero de la mano en el pecho. Y así he salido al sol. Sin gafas. Para poder cerrar los ojos mientras ando.

- Esta mañana el vagón se tambaleaba durmiendo de pie. Las puertas acogían a más y más viajeros, pero en las estaciones de siempre no se bajaba nadie. En Esperanza, donde normalmente apenas nos bajamos cuatro gatos y sube con suerte uno, callejero y con la cola cortada, el metro empezó a escupirnos a todos. A la salida, varias personas inexistentes hasta hoy, copiaron mi rutina de entrar en La Muralla para el suministro diario de café, lo que definitivamente me desconcertó: quizás hoy esté impostándome a mí misma. A la salida, la calle hasta ahora sin nombre, había tomado uno, escrito ya incluso en los contenedores de la basura: calle de Ulises.

- En la estación de Goya, encaro el cruce hacia la línea 4. Hay un tráfico intenso de gente apresurada por costumbre. Elijo a una persona y me lanzo en picado para cruzar antes que ella. No puedo evitarlo. Me sale solo, sin conciencia.

- El libro del subsuelo me devolvió a Butch Cassidy y Sunsance Kid: 'Iremos a Australia' dicen instantes antes de morir, suspensos e inmortales en el aire.

- Hoy reconocí un libro en el vagón del metro, 'El pez dorado' de Le Clézio. Recién terminaba 'Palabras' de Andric. Impactada. Detrás de él iba el mismo chico del día anterior. Sonrío. Empiezo a orientarme en esta ciudad: a reconocer a los dueños de los perros y a los lectores de palabras anaeróbicas.

Hace frío. Hoy me levanté comiendo tierra pero luego me puse las tostadas con aceite y chocolate. El segundo café. Como todos los días, la gata-perro persigue en la pared los círculos de sol de la hoja de luz. Pongo habichuelas para el almuerzo. Me arranco con el ordenador en salto triple mortal y medio adelante. Con tirabuzón. Carpado. Tarareo a Nina Simone vestida de amarillo bravo. Levanto con los brazos esto que llaman reinventarse. Aporreo el piano imaginario. I’ve got my hair. Necesito tener sueños con cuentos y farolas.




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