jueves, 23 de enero de 2014

La piedra de moler

Me levanté temprano como todos los días. Directa a la máquina del café. En un cajón inconfesable mantengo escondida una cápsula por si acaso se terminan sin que nos dé tiempo a reponerlas. Para que nadie me deje sin este café de la mañana que me recoloca los huesos y las carnes en la dimensión del espejo del cuarto de baño. Espejito, espejito. Aprendizaje de supervivencia en una larga estirpe de muchos hijos, instalada ya en la genética de los dientes y las cunas guardadas. Ea, la ea, a dormir la niña.

Me levanté temprano y me puse a leer envuelta en una manta. Con necesidad. Con los pies tozudamente fríos. La piedra de moler de Margaret Drabble. Después de su publicación, la autora dudó sobre el título que había elegido para el libro. Porque lejos de representar la carga o el castigo que imponía una sociedad que no dejaba espacio para la libertad de decidir, para la protagonista, Rosamund, una madre soltera, la historia es hermosa, muy hermosa. Aunque a veces duela, huele a horno de pan. Dulce. Como las nanas de la cebolla. Escarchadas. Con forma de media luna.

Sigo teniendo los pies fríos. Sorbo lo poco que me queda del segundo café. No sabía que necesitaba tanto leerlo. Que iba a sentirme tan acompañada en una carencia de antes de la que no era consciente. En mi inexperiencia de madre. Esa que parecía tan lejana pero que está aquí sentada conmigo. Que la nazco, que la enfrento todos los días. Con la misma incertidumbre, con la misma torpeza para el día de hoy. Y mañana para el día de mañana. Preguntándome cómo lo estaré haciendo. Si será suficiente para las mujeres que somos y seremos. Tomar conciencia de no saber más allá de mis bordes. Levantarme para que ella no lo haga. Poner la mesa. Peinarla. Cargar la cartera para que ella no se haga daño en la espalda. En cada paso. Acompañarla con un beso de buenas noches. Apagar la luz de la mesita de noche. Mamá, que perfil tan bonito tienes.

A veces me siento cansada. Pero no me doy el permiso suficiente. Me escondo el cansancio debajo de las costuras. Como aprendí en las casas de portales con sillas. Me miro el vientre con las manos abiertas buscando lo vivido, que a veces parece haberse ido de mí por un desagüe invisible.

Termino el libro. Me dejo estar. Yo también como madre, ¡he estado tan sola! Estoy a veces tan sola. Y me ha reconfortado tanto esta historia. Sentirme acompañada. Que me acunen a mí también un poco. Que me digan que como lo estoy haciendo vale. Porque mi niña sonríe y canta todo el tiempo. Abusando con frecuencia de los espacios y los márgenes cabales. Porque se hace fotos sin parar. Espejito, espejito. Sin necesidad de esconder las cápsulas de café que recoloquen los huesos frente a lo que se ve desde fuera. Sin conciencia de la necesidad de comer el pan de Blimunda. Antes de abrir los ojos. Para no ver a los demás por dentro.

Decidir frente al miedo es difícil. Frente a lo que otros desprecian o juzgan. A veces la libertad se construye en la conciencia, pero otras en su carencia, en la temeridad o en el no bajar la cabeza. Supongo que esa es la verdadera piedra de moler.

Pasaré por la librería para dar las gracias por la recomendación. Por la ternura. No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes. Pero qué bueno fue aprender a pedir ayuda. Qué bueno el abrazo. Qué bonitos los pañuelos amarillos.


3 comentarios:

  1. Hoy no debí leerte....
    Yo no tengo el abrazo, sólo la soledad y el cansancio

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  2. Qué bonito María.
    Yo no vivo la soledad, el cansancio o ese desvivirse por una hija, pero te he COMPRENDIDO. Sobre todo que un libro te haga sentir un poco más "como otras"-

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  3. Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en los ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que en el alma al oírte,
    bata el espacio.

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.


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