Cierro los ojos y vuelvo atrás en el tiempo.
¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!
Sístole, sístole, diástole, diástole. El corazón
desacompasado. Sin recurso poético.
En la cámara mientras hacía la cama de mi madre jugaba a ser
otra frente al espejo que había encima de su cómoda. Cogía una de las sábana y me la ponía por el cuerpo, ya de una manera, ya de otra. Me deleitaba observando una transformación y un tiempo que solo se reflejaba en mi cerebro. Date prisa, date prisa. ¿Cuándo vas a
terminar? Mi madre cerraba a golpe de grito cualquier puerta.
Por la noche, no entendía el mundo. No entendía por qué
nosotros vivíamos en lo más cerca donde nada era posible, donde no podíamos tener tamaño. Me tapaba la
cabeza hasta casi no poder respirar y temblaba intentando entender esto de
vivir y de morir, para qué era que mi madre me había nacido.
Garbancito, ¿dónde estás? Diminuta, en una pesadilla recurrente, caía desde el borde de arriba al agua
del cubo de la fregona. Era mi mundo más amplio. El miedo y las ganas de hacer pis me
despertaban. Otras veces lo
hacía mi madre que toda la vida tuvo un ogro tragado, dedicado a asfixiar los
sueños incluso antes de que se formasen.
Alicia, Alicia, sin duda es ya muy tarde.
En la escuela participaba en todo lo participable para
desesperación de mi madre que siempre tenía preparada una lista enorme con las cosas que
yo tenía que hacer. Qué poco le pareces a tu hermano, que no se apunta a nada. Para mi hermano, mi madre no tenía una lista. Ponle el vaso de leche a tu hermano. Ni gritos
por perra ni por pájaros en la cabeza.
Siempre me han gustado los animales.
Leía a escondidas todo lo que encontraba, fuese o no
apropiado para mi edad, levantando las historias en escenarios imaginados en
los que yo tenía siempre un papel. Ponía el despertador muy temprano para estudiar
y escribir en la cama, antes de que fuera la hora de las cosas que
tenía que hacer antes de ir a la escuela. Era el tiempo que le dedicaba a escribir la poesía y el teatro que luego recitaríamos o representaríamos en clase. El teatro estaba lleno de
diálogos, algo maravilloso que consistía en hablar de frente o entre personas. Qué
poco le pareces a tu hermano, que no necesita levantarse temprano para estudiar.
Para mi madre mi hermano era el más listo de los dos.
Sístole, sístole, diástole, diástole. El corazón
desacompasado.
Una vez quise apuntarme a clases de guitarra, pero mi madre dijo que no podíamos permitírnoslo y no hubo manera
de convencerla de lo contrario. Qué poco le pareces a tu hermano. Me gustaba, me gusta tanto la
música. Un cuadro que se pinta en el aire.
Frente al espejo de encima de la cómoda de mi madre podía ser una
directora de orquesta. Date prisa, date prisa. ¿Cuándo vas a terminar? Hasta que
descubrí lo que realmente más me gustaba. No quedarme en los brazos sino bailar
con todo el cuerpo, teatralizando por completo cada una de las notas. Con la cara y el cuerpo pintados. Con vestidos casi de aire. Un cuadro en blanco y en movimiento. Eso era lo que más me gustaba. Pero el
reflejo del espejo en la habitación de mi madre se empeñaba en no mostrarme mi fuerza.
Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino? La
más guapa nunca era yo, así que un día dejé de mirarme en el espejo mientras
hacía las camas para bailar solo por detrás de los ojos. Aun así mi madre
seguía gritando siempre que me diese prisa. Esta niña no sirve para nada.
Libros. Teatro. Cine. Música. Danza. Escondidos.
Que va, no creas, soy más fea de lo que parezco.
Con listas interminables de lo
que hay que hacer.
¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!
Estudié una ingeniería, que era lo apropiado porque servía para algo, de manera que aquí sigo, casi sin haberme movido de mi sitio asignado: temblando
sin entender para qué vivo, leyendo todo lo que puedo y siempre que puedo en
una continua lucha por descubrir, como si tuviese un hambre y sed insaciables, como
si me jugase la vida en cada libro; levantando espejismos en los que yo soy la
directora de cada obra; bailando músicas dentro de cuerpos que nunca son el mío;
visitando museos; condenada a comparaciones forzadas en las que siempre pierdo.
La belleza siempre cayendo hacia el otro lado. Qué poco le pareces a tu hermano.
Queriendo encontrar confianza para sacarme los órganos de dentro. Para limpiarlos y que no se me pudran. Tenderlos al sol. Para poder crear algo. Como una necesidad imperiosa de respirar. Respirar y amar.
Tú siempre te equivocas. Sin tiempo.
Hace unos días vi una obra de teatro hermosa, Lo nunca visto. Las
actrices en su interpretación conseguían crecerla y crecerla, dejando las
frases sostenidas en lo oscuro de la sala.
Espejito, espejito, ¿quién
es la más hermosa del reino? Garbancito, ¿dónde estás?
Cuando la obra terminó
y todos aplaudieron y salieron de la sala con sus felicitaciones, con un corazón
desacompasado en una doble diástole, yo me
quedé otra vez quieta y atrapada frente al espejo de la cómoda.
¡Sí se puede! ¡No se puede! ¡Sí se puede! ¡No se puede! ¡Sí se
puede! ¡No se puede! ¡No se puede!, decían las actrices formando círculos.
Sí se puede cambiar la realidad. No se puede cambiar la
realidad. Qué poco le pareces a tu hermano.
Yo quería escribir novelas y tocar la música. Quería ser
directora de orquesta. Pintarme las manos y hacer cuadros, la cara y hacer
teatro. Danzar con un cuerpo portentoso.
¿Os ha gustado? Esto es lo que hacemos.
¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!
Yo quería. Sin tiempo. Alicia, Alicia, sin duda es ya muy tarde. De mis bolsillos se escapan todas las listas de lo que hay que hacer. Nunca llegarás
a nada en la vida. Todo está oscuro. Me he perdido. Soy la más fea.
Aunque yo lo grite, en la cámara vieja ya no duerme nadie. ¡Sí
se puede! ¡No se puede! ¡Sí se puede! ¡No se puede! Me duele el corazón. Sin poesía.
Cuando yo era pequeña pensaba que todos teníamos la misma
capacidad de sentir el dolor y la emoción, aunque yo saltase y me cayese más
que mi hermano. ¡Sí se puede! ¡No se puede! Las
listas, todas por el suelo. Sin un beso. Con todos los gritos. Esta niña no sirve para nada.
Eso no es amor.
Ayer fui al cine y vi Mientras dure la guerra. En la fila 2, de lado
y con la rebeca por encima como parapeto para evitar las embestidas de la pantalla. Sola en la sala para el último crédito. Salí emocionada. Me pareció
excepcional. Amenábar siempre me cura. Sobrevolar el mar, matarme antes de que
me maten, darme las claves para perdonarme. Necesito tanto perdonarme.
¡Sí se puede! ¡No se puede! Vas a llegar tarde. ¿Qué es lo
que hay que hacer ahora?
Perdonarme por ser yo. Qué poco le pareces a tu hermano. Por no haber sido más valiente para vivir la vida que me había soñado. Sin gritos. Con los besos. Con los dedos gastados y todos los versos.
Hasta ahora.
Hasta ahora.
Perdonarme y quererme un poco más. Cuidarme. Qué no me duela tanto el corazón.
Sístole, sístole, diástole. Acompasado.
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