Es fácil olvidar que la luna no tiene luz propia. Que la suya no es
más que un reflejo de la del sol.
También es fácil olvidar, que al contrario, no podemos ser a
través de los demás, sino de nosotros mismos.
He tomado la fotografía del libro de Nendreaas en otra
ventana. Con el separalibros que elegí antes de empezarlo superpuesto. Entonces no me di cuenta de que otra mujer de espaldas también miraba. Desde dentro. La luz tan fuerte del sol hace que parezca de noche
en la calle de afuera.
Es lo que tienen los días. Unos amanecen y
otros no.
Pienso en los baños de atardecer en mi mar. De sol en tonos rojos hacia el oeste. De luna, en azul, si te giras para buscar el este. La arena, las olas. Otra línea
invisible pero tangible, dentro de una misma.
Hace tiempo me regalaron un cuaderno en blanco. Pensé en escribir todos los
títulos de los libros que a partir de entonces fuera leyendo. Pero nunca lo hice.
Una vez para mi cumpleaños,
me regalaron una larga tira de papel que bajaba las escaleras hasta la hamaca
del patio, donde a temporadas me curo de la locura. Con los comienzos de muchos de los libros que me gustan. ‘Muchos años después, frente al pelotón defusilamiento, …’ Aún hoy a veces la
recorro. Con el dolor de quien imagina tocar las letras de nombres amputados. Con la incertidumbre de quien en el mar, se da la vuelta, esperando que al
otro lado no haya desaparecido el mundo y sigan volando los pájaros sobre las
olas.
Es fácil olvidar que delante de una casa cerrada que no es
la tuya, no es posible crecer árboles. Si acaso cuerdas que se enredan en el
estómago, en el corazón, en el cuello. Que te asfixian. Nada nuevo. Las mujeres
siempre tuvimos todos nuestros órganos y todas nuestras partes, aunque mirásemos de espaldas.
Delante de una casa cerrada, con las ventanas iluminadas o no, con
llave o sin ella, lo más que se puede crecer es la nieve en los pies.
El libro de Nendreaas es la falta de esperanza. Es la aguja
que se te clava y te aborta a ti misma una y otra vez. Es el no encontrar la manera de dar con un aire que poder respirar. Un sumidero que te
traga y que te tragas. Siempre en la oscuridad. Muriéndote. Aunque sea de día.
Cuando era niña y la luna no era más que un pequeño cacho,
tenía forma de tajada de melón. Pero eso era solo porque en mi pueblo se cultivan melones. Parece absurdo. Nadie piensa en un trozo de melón
cuando mira a la luna.
El otro día la luna era un hilo. Solo un hilo. Lo peor de
los hilos es cuando los descubres. Enterarte de que estaban ahí sin que lo supieras.
Delante de una casa cerrada, solo puedes enredarte y
asfixiarte con los hilos. O cortarte en trozos.
A veces me he imaginado como sería estar además de deshecha,
borracha. Muy borracha. Solo consigo intuirme vomitando sin límites y muy vieja. Con la boca muy abierta. Probé a prostituirme. Entonces
solo era nada, ni bueno ni malo. Luego fue enorme y aún pesa mucho.
Después de terminar el libro y de tomar la foto, no la que
se ve, sino otra mental, en la que salgo yo en esta otra ventana, me he sentado en
el sofá. Mirando hacia ella. Me he tocado las piernas, deslizando las manos hacia los pies,
volviéndolas hasta las rodillas. Esta parte de mí que anda. Me he sentido como
la mujer en el ‘Sol de la mañana’ de Hopper, y por primera vez, he encontrado
el verdadero sentido de sus cuadros en mí. Como un imán.
No era la desolación. No es
la desolación. De meterme sola en el mar. De ser yo. Era la determinación. Es la determinación. Es mi determinación.
Me acaricio desde los tobillos a las
rodillas, desde las rodillas a los tobillos. Los dedos de los pies. Esa parte
de mí que anda. Es la determinación permanente de mirar hacia fuera y tomar la
decisión de seguir. No soy la mujer paralizada, la que se niega, la que se clava agujas. Soy la mujer que agarra los pomos y abre las puertas de salir. La que deja atrás las puertas cerradas de no entrar. Aunque me duela el paso.
En el libro de Nendreaas se puede, así, si lo escarbas un poco, respirar. Plantar flores.
Me pinto el cuerpo. Bajo la escalera. ‘La niebla cubría la tierra’.
Dicen que nada crece a la luz de la luna. Ni falta que hace.
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